JOSEP TOMÀS I JUAN. Corredor del Netllar Telecóm Alé

Día 19. Me asomo por la ventana para admirar al perro, la casa y el compás
Te levantas, te pesas, te tomas las pulsaciones en reposo, desayunas, anotas como te sientes, cuánto y cómo has dormido. Para hoy, una hora de gimnasio en casa y 23 de descanso con el objetivo de dejar al cuerpo asimilar la carga de entrenamiento que se ha podido acumular a lo largo de la semana.
Una semana que ya casi ha terminado, 19 días de entrenamiento en casa que a priori parecen muchos, pero tal y como avanza la situación es muy probable que no hayamos pasado el ecuador todavía. Con esta incertidumbre abrumadora que acosa a aquellos que se atreven a contar los días que llevamos de cuarentena, intentando prever cuántos les quedan, con esta incertidumbre que se ciñe sobre todo el país, hay quienes intentan beneficiarse socialmente. Como nos dice Cortazar en “La autopista del Sur” : “Por la mañana se avanzó muy poco, pero lo bastante como para darles la esperanza de que esta tarde se abriría la ruta hacia París. A las nueve llegó un extranjero con buenas noticias: habían rellenado las grietas y pronto se podría circular normalmente. Los muchachos del Simca encendieron la radio y uno de ellos trepó al techo del auto y gritó y cantó. El ingeniero se dijo a si mismo que la noticia era tan dudosa como las de la víspera, y que el extranjero había aprovechado del grupo para pedir y obtener una naranja […] Más tarde llegó otro extranjero con la misma treta, pero nadie quiso darle nada. El calor empezaba a subir y la gente prefería quedarse en los autos a la espera de que se concretaran las buenas noticias”.
Este fragmento viene con moraleja, pues ahora más que nunca es de vital importancia decidir si se quiere caer en un juego de fantasmas para cotillear horas y horas sobre nubes que parecen un perro, una casa o un compás; o en su defecto, practicar el escepticismo y tan solo creer en aquello que ha sido metódicamente contrastado. En cualquier caso, lo que resulta inconcebible es la inconsciencia de aquellos que ven el perro en el cielo, y la negación absoluta de cualquier fuente de información de quienes se hacen los ciegos ante la epidemia que estamos viviendo.
Pero esta es tan sólo la opinión de un ciclista que no hace otra cosa que pedalear y leer libros de matemáticas. Tal vez, y sólo tal vez, sea yo uno de esos que ahora mismo se asoma por la ventana para admirar al perro, la casa y el compás. Así que vuestra es la decisión de refutar mi opinión, pues el perro tiene la nariz de un gato, la casa es más bien un chalet de verano con piscina, y el compás es tan solo la bifurcación de las ramas de un árbol aún más grande o de reflexionar sobre lo que he escrito tan ingenuamente.